Tres conclusiones que nos dejó Lollapalooza 2019
Este fin de semana se realizó una nueva edición del festival musical más grande de Chile, dominado por un público juvenil, algunos problemas de sonido y artistas a los que hay que ponerles atención.

Por Matías de la Maza.
ES TIERRA DE JÓVENES (Y HAY QUE DEJAR DE QUEJARSE POR ESO)
Un vistazo en redes sociales (que, hay que decir, nunca son indicador de nada) durante el fin de semana podía transformarse en un agotador ejercicio de quejas sobre “los jóvenes de hoy…”. Que empujan, que no van a escuchar la música, que corren, que gritan, que carretean, que son desconsiderados, que se creen los dueños del Parque O’Higgins.
Y sí. Como nunca antes, incluso considerando que Lollapalooza ha apostado fuertemente por un público cada vez más juvenil en los últimos años, el festival se llenó de un público sub 25. Sí, muchos de ellos corrían, gritaban, no parecían estar particularmente interesados en la música y actuaban como si fueran dueños del mundo. O sea, eran jóvEnes. No “los jóvenes de hoy”, sino simplemente “jóvenes”. Nadie es la persona más ubicada y considerada del mundo en la preadolescencia y adolescencia, menos en grupos amplios.
Las quejas son primero, inútiles, porque el festival evidentemente armó un cartel pensado para ese público, y basta mirar la convocatoria juvenil para darse cuenta que fue un éxito, sino también extrañas: es desconocer la tendencia de los festivales a nivel mundial, la mayoría de los de primera línea alejados de la nostalgia y apostando por las nuevas estrellas. También es una actitud curiosa: muchas quejas parecieran venir de gente entre la parte final de los veintitantos y sub 40. No fueron jóvenes hace tanto tiempo como para olvidar lo que era. En general, pareciera una reacción viceral al darte cuenta que Lollapalooza quizás ya no es lo de uno. Hay muchas otras cosas qué hacer.
EL SONIDO FUE UNA AMENAZA PERMANENTE
Mucho hay que destacar siempre de cada edición de Lollapalooza, pero tampoco se pueden dejar pasar las fallas, y el sonido fue un tema recurrente durante el fin de semana. Muchos shows sonaron perfecto (Kendrick Lamar y Arctic Monkeys, por ejemplo) pero múltiples otros sufrieron problemas.
Está el caso obvio de Lenny Kravitz, quien tuvo que detener su presentación por media hora por problemas técnicos, pero múltiples otros: Vicentico nunca se escuchó bien, a Gepe derechamente se le cortó el audio, Juanes no se escuchaba del todo bien más allá del público adelante, y shows como el de Interpol se escucharon bien, pero con un volumen limitado.
Queda la duda de si los problemas fueron responsabiliad técnica de los artistas, o del festival a grandes rasgos, pero no es la primera vez que se acusan fallas en el audio de un evento como Lollapalooza.
HAY FUTURO EN LA MÚSICA
No es coincidencia que los mejores shows del fin de semana, como el del rapero Kendrick Lamar, la norteamericana St. Vincent o la española Rosalía, fueran shows que apuntaran a reinventar géneros y mirar hacia el futuro, que la mera nostalgia o la repetición de fórmulas.
Lo que hizo Lamar el viernes pasa fácil al podio de los mejores shows que haya dado un cabeza de cartel en Lollapalooza Chile: el rapero no sólo tuvo un sonido ecualizado a la perfección, sino que todo en su show parecía una propuesta artística, desde el hecho de tener a su banda a los costados del escenario para resaltar más su figura, hasta los juegos de luces que muchas veces lo dejaban como una mera silueta, imponente frente a un público que quizás no lo conocía tanto, pero terminó rendido ante la presentación de uno de los catálogos musicales más sólidos de esta década.
Con un show de menos a más, Rosalía, la actual superestrella de la música hispanoamericana, mostró una jerarquía atípica de sus 25 años, dándose el lujo cantar una canción de flamenco a capella y ser vitoreada igual. Con cada mirada cómplice que daba se comía el escenario. Su atípica apuesta de mezclar música tradicional española con ritmos urbanos se entiende cuando se comprueba que podría haber mezclado lo que sea y le habría resultado. Es una estrella.
Por último, lo de St. Vincent no es novedad: ya había venido a Lollapalooza y tiene más de una década de trayectoria, pero su nueva propuesta, tocar sola sobre el escenario acompañada de su guitarra y bases pregrabadas, es tan innovadora como potente. Es un show unipersonal hecho concierto, y que vuelve a demostrar el mensaje que la artista nacida como Annie Clark ha venido reiterando por años: se puede tocar la guitarra de nuevas formas. Mención honrosa para lo que hizo la joven Jorja Smith el viernes. Con sólo 21 años, ya es una voz interesantísima en el mundo del R&B.
Y piense lo que uno piense del trap y Paloma Mami, es innegable que su masiva convocatoria (12 mil presonas en un espacio para tres mil), hablan de una artista chilena que tiene una proyección infinita, y eso nunca es malo.
A lo novedosos de esos shows, se suma el contraste de lo agotadores que resultaban las apuestas nostálgicas: Greta Van Fleet no es sólo un calco de la música de Led Zeppelin, sino que es rock duro sanitizado y carente de cualquier amenaza o pasión, sólo una fórmula que explica por qué el género está en tan mal estado. Similar lo de Twenty One Pilots, con un rock adolescente que parecía olvidado en los años 90, pero que ahora fuer cartel de Lollapalooza Chile. Son muy populares, sí, pero cuesta pensar que estemos hablando de ellos en diez años más.
Hay excepciones: Lenny Kravitz hizo todo por salvar de los contratiempos técnicos un show que mira al pasado, pero habiendo sido protagonista de éste. Y lo de Juanes da para caso de estudio: enfrentando a un público totalmente juvenil, demostró que su música es transversal e instalada en el inconsciente colectivo, con todos sus temas siendo coreados por la multitud. Algo que habla no sólo de talento, sino de jerarquía.