El Prodigio: las historias que nos contamos
Por Matías de la Maza.
El Prodigio parte emplazando directamente al espectador: “sin historias, no somos nada”. La nueva película del chileno Sebastián Lelio (Gloria, Una Mujer Fantástica), su tercera cinta consecutiva en inglés, utiliza un recurso que no será del gusto de todos: rompe la llamada “cuarta pared” (la división entre audiencia y la ficción) y muestra un estudio de filmación, dejando claro que lo que se va a ver es una película. Es una historia. Pero Lelio llama a creer en esta historia y en estos personajes.
Este elemento metatextual sólo reaparece en un par de ocasiones durante la película, disponible en Netflix, y su trama funcionaría igual sin su utilización. Es debatible si lo que intenta contar Lelio junto a las guionistas Emma Donoghue (autora del libro en que se basa la cinta) y Alice Birch se beneficia o sufre con el recurso. Pero no deja de ser interesante. Y es que en el centro de la película está el concepto de la fe, algo que siempre involucra una historia. Una historia que se elige o se rechaza. Un relato que puede ser una inspiración virtuosa o una carga perversa.
La trama transcurre en 1860, en una Irlanda todavía afectada por el (terrible) proceso conocido como la Gran Hambruna, que dejó a una nación convaleciente y de luto. Elizabeth (Florence Pugh), una enfermera inglesa, es convocada a una localidad rural para observar a Anna (Kíla Lord Cassidy), una niña de 11 años que lleva cuatro meses sin comer. ¿Lo extraño? La menor no parece tener ningún problema de salud, a pesar de sólo consumir agua.
Su familia insiste que es un acto de Dios. Parte importante del pueblo lo cree un milagro y transforman a la niña en una suerte de atracción turística. Doctores están ansiosos con descubrir un nuevo avance de la ciencia en su condición. La misma menor insiste que su ayuno es un mandato celestial. Elizabeth, mientras, es absolutamente escéptica y se obsesiona con encontrar la explicación lógica ante lo imposible.
Pero la película no decanta en simplemente un thriller tradicional o un “misterio gótico” como alguna vez fue definida por Netflix, sino en un cuidado estudio de personajes, en donde la enfermera y la niña generan una conexión singular, mucho más allá de un puzle que hay que resolver. A través de un aura de sueño febril, en donde un sentimiento lúgubre inunda cada escena, comienzan a asomarse las historias que ambas mujeres cargan y por qué han elegido creer lo que creen.
El Prodigio es una cinta con quizás la dirección mejor lograda de toda la filmografía de Lelio y por lejos con la fotografía más imponente (la encargada de este aspecto es la nominada al Oscar Ari Wegner, que hace que todos los planos generales tengan la melancolía y belleza de una película de Terrence Malick). Pero la película se sostiene sobre todo en actuaciones superlativas. Pugh demuestra una vez más que es de los nombres excluyentes de su generación y una de las mejores actrices del planeta, con tan sólo 26 años. Mientras, Lord Cassidy es una revelación, con un personaje lleno de capas a pesar de su corta edad.
No todo funciona. Una subtrama cuasi romántica está pobremente lograda y a ratos la película intenta abarcar más ideas de las que logra aterrizar. Pero El Prodigio nunca deja de ser, por lo bajo, atrapante. A ratos, en un sentido muy intenso. Sin ser excesivamente gráfica, puede ser una cinta brutal y abrumadora. Y no funcionará del todo, pero los momentos en que rompe la línea entre ficción y realidad, cumple quizás su principal objetivo: descolocar. Detener al espectador a pensar en qué historias decide creer. Y cuántas historias nos contamos a nosotros mismos para lidiar con la existencia.